LA EXPLORACIÓN
- Omar Brest
- 28 ene
- 2 Min. de lectura
En la vastedad de la ciudad, el artista encuentra su lienzo: un intrincado mapa de luces y sombras, de grietas en el asfalto que cuentan historias, de paredes que murmuran secretos en colores desvaídos. La exploración artística y fotográfica se transforma en un acto de búsqueda personal, una peregrinación silenciosa donde la mirada se afina y el alma se libera en pequeños caudales, como el agua de deshielo que serpentea por la montaña, creando un arroyo efímero pero poderoso.
Cada calle se convierte en una vena palpitante, cada esquina en un umbral que conduce a otra dimensión emocional. La obra del artista reside en la creación de la mirada, en ese instante en que el alma humana se alinea con el alma de la calle. No se trata solo de observar, sino de sentir: de leer la poesía oculta en los carteles desgarrados, de escuchar las voces olvidadas atrapadas entre los ladrillos.
En este diálogo continuo, el fotógrafo camina con la paciencia del arqueólogo y la curiosidad del explorador. Busca no solo lo que es evidente, sino lo que está escondido: la belleza inadvertida, la imperfección perfecta. Sus imágenes son destellos de eternidad atrapados en lo efímero, reflejos de la unión íntima entre el yo y el espacio urbano.
Como Bradbury escribiendo en llamas invisibles, el artista inscribe en la ciudad un manifiesto silencioso: la calle tiene alma, y esa alma está hecha de fragmentos de nosotros mismos. Crear es liberar, es permitir que ese pequeño arroyo de deshielo se transforme en río, en torrente, en océano. Porque en cada fotografía, en cada pincelada, el alma del creador fluye, se une y se funde con el alma colectiva de la urbe, construyendo algo eterno en la vastedad de lo fugaz.




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