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Mono no aware

  • Foto del escritor: Omar Brest
    Omar Brest
  • 18 jun
  • 3 Min. de lectura

Todos vimos el video viral de las chicas japonesas de Haku pero ¿Que tiene que ver esto con la fotografía de calle?


Mono no aware (物の哀れ). No hay traducción exacta, pero si tuviera que elegir una, diría: una tristeza hermosa por todo lo que ya se está yendo. Una conciencia emocional, no racional, de que todo es fugaz. Lo que importa no dura. Lo que duele, tampoco. Pero hay una belleza en ese irse, una ternura leve, como una mano que se apoya en el hombro justo antes de soltar.


La fotografía de calle, cuando se hace con el cuerpo encendido y el corazón atento, está atravesada por eso. No por la caza de momentos impactantes, no por el gesto virtuoso de atrapar lo improbable, sino por la entrega a lo que se deshace. Por el afecto que sentimos por lo efímero, por lo que titila un instante y después se borra.


El mono no aware no es nostalgia, no es pena. Es otra cosa. Es una forma de mirar sabiendo que mirar no alcanza. Que todo lo que amamos está condenado a desaparecer, y que la única forma de vincularse con eso es aceptar la pérdida. Asumirla como parte del gesto. Como parte del clic. Como parte del andar.


Caminar con la cámara es aprender a escuchar ese susurro: lo que estás viendo ya es otra cosa. La sombra cambió, el cuerpo giró, la luz se movió, la historia siguió sin vos. Pero hubo un segundo en que algo apareció. Algo que no pidió permiso, que no fue armado ni pensado, algo que simplemente fue. Y si estabas ahí, si no estabas buscando otra cosa, tal vez lo viste.


Esa mirada —la que no exige, la que no impone— es la que se hermana con el mono no aware. No es la mirada del coleccionista, ni del que documenta la miseria, ni del que repite fórmulas de fotoclub. Es la del que acepta que todo se va y, aún así, lo acompaña. La del que se deja afectar. La del que camina sin certezas, con el ojo abierto y la piel expuesta.


Porque la calle no es solo un escenario. Es un cuerpo vivo que se transforma. Una máquina de desaparecer cosas. Lo que hoy es una escena potente, mañana es un terreno baldío. El cartel se cae. El vecino cierra. La nena que jugaba en la vereda ya no está. La humedad de las telas, los grafitis que cambian, el tipo que se sienta siempre en la misma esquina pero ahora no vino. Todo eso se va. Todo eso es lo que duele y lo que amamos.


Y en ese juego, la cámara no atrapa: escucha. Reacciona. Acompaña. No hay épica en eso. Hay presencia. Una presencia vulnerable, por momentos torpe, que no busca la toma perfecta, sino la conexión. El temblor. El momento en que el mundo y uno se rozan apenas, sin hacerse daño, sin mentirse.

A veces saco fotos malas. Muchas. Pero incluso en esas hay algo valioso: una intención de mirar. Una insistencia. Un respeto por lo que no va a durar. No se trata de capturar lo extraordinario, sino de encontrar belleza en lo que está a punto de dejar de ser. Una risa que ya terminó. Una sombra que se alarga. Un cartel torcido. Un abrazo que no se volverá a repetir.


No hay fórmula para eso. Solo cuerpo. Solo intuición. Solo una mezcla de amor y derrota. Porque la fotografía de calle, cuando se vuelve íntima y verdadera, es una forma de decir: esto también fue. Y aunque nadie más lo haya visto, aunque no lo entienda nadie, aunque la foto ni siquiera funcione del todo, algo de eso queda. Como cuando recordamos un sueño que no tiene forma, pero nos deja una sensación. Un temblor. Un fragmento.


Eso es lo que busco. No la imagen perfecta. No la aprobación. Busco ese fragmento. Ese resplandor que no se puede explicar. Ese cruce entre el mundo y yo donde el tiempo se dobla un segundo y me deja pasar. A veces lo encuentro. A veces no. Pero sigo saliendo, igual. Porque el mundo se va, y hay que estar ahí cuando lo haga. No para retenerlo. Para acompañarlo.


La fotografía de calle es un duelo blando.Una caricia al mundo que se deshace. Una forma de decir “te vi” justo antes de que desaparezca.

Y aunque eso no cambie nada, aunque todo siga su curso, al menos queda esa foto. O ese intento. O esa mirada.

Y con eso, a veces, alcanza.

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© 2025 por Omar Gustavo Brest. 

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